La historia de un confinamiento, España

Hna. Mª del Prado Garrido, OP
Dominicas del Santísimo Sacramento, España

Cuando el 14 de Marzo nos avisaban, que al día siguiente comenzaría un “estado de alarma”, nada nos hacía presagiar los acontecimientos que sucederían a partir de ese momento.

Con la CUARESMA recién inaugurada, nos sumergimos en ella pensando que teníamos a nuestro favor todas las condiciones necesarias, para superar con nota estos cuarenta días de estancia con Jesús en el desierto, y al mismo tiempo, poner en práctica el mensaje de nuestro Papa Francisco: “La Cuaresma es el tiempo para redescubrir la ruta de la vida”(6-3-2019)

¡Y vaya, que así fue! Empezamos a darnos cuenta que esta situación tan novedosa iba en serio. El número de contagiados evolucionaba de forma vertiginosa, los hospitales se llenaban de pacientes necesitados de respiradores para sus pulmones, las UCIS estaban hacinadas, el personal sanitario incrementó en número, pero también en humanidad y voluntariado, sobre todo en VOCACION. Su valor y entrega eran las armas más valiosas para encontrarse con cada enfermo que requería su atención. Las cifras de fallecidos  empezaban a impresionarnos cada día mas.

Ante esta panorámica era indiscutible pensar, que estábamos adentrándonos en la tierra seca y árida del desierto de Judea,  donde el ser humano experimenta  su propia vulnerabilidad y se va desposeyendo de todas sus cosas, para acercarse a Dios. De algún modo, toda esta vorágine de acontecimientos nos invitaba a meditar con agradecimiento el milagro de existir y los dones que diariamente recibimos.

Sin embargo, debíamos seguir caminando. El cansancio, la preocupación, … no podíamos convertirlos en obstáculos que hicieran disminuir nuestras fuerzas, sino todo lo contrario, esta experiencia del camino nos estaba disponiendo a descubrir “una nueva realidad”, a buscar alternativas al estilo de vida que habíamos llevado anteriormente, a vivir desde la inseguridad del no saber cómo se va a solventar esta situación y a dejar a un lado la duda e incertidumbre para dejarnos instruir por el MAESTRO. Íbamos subiendo a Jerusalén. Jesús marchaba delante de nosotros, pero estábamos tan sorprendidos por sus palabras, que éramos incapaces de entender todo lo que nos quería decir. Solo nos quedaba repetir con el salmista: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas “

Descubrimos que los caminos de Dios no eran los nuestros. Y a pesar de esta incomprensión, era inevitable pensar en todas las personas, que en esos momentos estarían agolpándose en torno a Él para tocar su manto y ser curadas. Requerían escuchar una palabra, un aliento de vida que les ofreciera confianza, calma, tranquilidad, paz, misericordia y amor.

La necesidad de atisbar una gran luz en el recorrido que aún nos quedaba por realizar, nos exigió relegar a otras posiciones la sensación de soledad que nos había creado el aislamiento junto con el desasosiego de no poder ver a nuestros seres queridos y la tristeza de tener que “despedir de forma rápida” a familiares y amigos. Todo ello se  había convertido en piedras pesadas difíciles de mover.

Pero  era el momento de afianzarnos sobre la roca firme de nuestra fe e ir a quitar la losa, que nos entorpecía avanzar en la búsqueda de un nuevo camino, en la anhelada “nueva normalidad”. Teníamos que dejar que el resplandor de la esperanza, Jesús Resucitado removiera nuestros corazones y lo hiciera todo nuevo. Estábamos entrando en otra etapa de este largo proceso, tal vez cansados y expectantes por las novedades que nos vamos a encontrar, pero nuestra misión es  integrarnos en ella sin perder la serenidad, tampoco la armonía interior y menos aún el sentirnos acompañados por Jesús, que ha sido nuestro compañero de viaje en este tiempo de confinamiento.

Es sencillamente,  dejarnos coger de una mano por Jesús y de la otra de María. Así, de este modo, podremos caminar con la certeza de que en esta prueba no vamos solos.

   Send article as PDF   

Publicaciones Similares