Segundo domingo de Adviento: Reflexión de la Hna. Kerstin-Marie Berretz OP
En nuestras comunidades, el conocimiento común y las historias de la vida de nuestras Hermanas se transmiten muy a menudo de viva voz. Historias que nos contamos durante los recreos o las comidas comunes. Y como en todas partes del mundo, comienzan con «¿Recuerdas cuando la Hermana XY era priora en esta casa,…». O «Cuando yo estaba en el noviciado, y la Madre AB era la Hermana responsable…». Pasamos nuestras historias vinculándolas a distintas Hermanas. Aunque no las conozcamos personalmente, hemos oído hablar tanto de ellas que ya tenemos una idea de cómo era el noviciado cuando la Madre AB estaba al frente.
Lo mismo ocurre en el Evangelio de hoy. El relato comienza con una indicación de quién tenía la responsabilidad y el poder en aquella época. Poncio Pilato, de quien se dice que era un gobernante extremadamente duro y provocador. No es de extrañar que el pueblo esperara un mesías, alguien que trajera la salvación.
¿Y no es parecido a nuestro tiempo? Miramos a nuestro alrededor, en Europa y en todo el mundo, y vemos gobernantes que son duros y provocadores. Vemos responsables que no cuidan de los suyos. Vemos el anhelo de tipos salvadores y de soluciones rápidas y fáciles a las grandes cuestiones de nuestro tiempo.
En esta situación -hace 2000 años- apareció una persona como Juan. Hoy, en este Adviento, nosotras, Hermanas, podríamos ser Juan. No es el mesías, pero quiere y tiene que preparar el mundo para Jesús; el Verbo se hizo carne. Así somos nosotras, no somos el mesías, y nosotras, como Hermanas, podríamos ser tan impotentes en nuestra Iglesia como lo fue Juan, que vivía en el desierto, vestía ropas muy sencillas y comía saltamontes y miel silvestre. No es precisamente una figura poderosa que haga temblar a todo el mundo cuando aparece. Y, sin embargo, es el precursor de Cristo, que advierte con urgencia que hay que preparar el camino al Señor y dar marcha atrás.
Me imagino que ésta es exactamente la misma tarea para nosotras hoy. Es nuestro trabajo ir a la gente y proclamar la Buena Nueva. Como hizo Juan, hoy se nos pide que digamos a nuestros contemporáneos que otra vida es posible. Que el Reino de Dios no es sólo un bonito concepto para teólogos, sino que quiere hacerse realidad aquí y ahora, cuando ayudamos a los demás a descubrir la salvación de Dios. Cuando animemos a los demás a comprender que toda persona humana es un hijo amado de Dios y que la vida en abundancia está destinada a todos, no sólo a un grupo escogido, entonces los caminos ásperos se allanarán, y todos juntos encontraremos soluciones para hacer posible la vida para todos en la tierra.
Para cumplir esta tarea vital de proclamación, creo que es útil entender el Adviento como un tiempo de preparación y reflexión. Juan recibió la palabra de Dios en el desierto, así que nosotros necesitamos tiempo de desierto, silencio y oración. Estas semanas oscuras pueden ayudarnos a retirarnos del ajetreo para abrir nuestros corazones y oídos a la palabra de Dios.
A veces pueden suceder cosas sorprendentes y sobrecogedoras, como vemos con María, a quien el ángel anunció en este día que iba a dar a luz un hijo, el Mesías.
Hna. Kerstin-Marie Berretz OP, 1979, Congregación de Arenberger Dominikanerinnen, Alemania, vive en Vechta, donde enseña y acompaña a las personas a encontrar su vocación personal.