COVID-19 Y si pasa ¿qué pasa?

Hna. Ana Belén Verísimo García
Dominica de la Anunciata

Es esta la primera pregunta que surgió en mi interior y que me sigue acompañando desde el inicio de la pandemia del COVID-19 hasta el momento actual. Frente a todo lo que nos caía de repente por la fuerza de una enfermedad desconocida, que se expandía con una rapidez increíble, y a la cual no le habíamos dado suficiente atención a pesar de su presencia en otros pueblos: China, Italia…, una y otra vez resurgía dentro de mí una pregunta que había escuchado, hace muchos años, a un religioso claretiano cuando nos daba clases de formación en la época del noviciado.

Sí, fue el P. José Cristo Rey García Paredes quien nos lanzó, como respuesta a una de nuestras inquietudes, una pregunta que resituaba las inseguridades, la falta de certezas y la vulnerabilidad con la cual abrazábamos la vocación a la Vida Religiosa Consagrada. Una pregunta que, en determinados momentos de mi historia, me ha ido ayudando a centrar lo que realmente es importante en mi vida.

El estado de alarma en el cual entra España por causa de la propagación y consecuencias del COVID19, nos encuentra, a la Hna. Zoila y a mí, visitando a nuestras hermanas en Camerún. Prácticamente, de forma simultanea, el gobierno de Ruanda, por donde ya habíamos pasado, también determina estado de alarma. Días después, el estado de alarma también llega al Camerún, a Costa de Marfil, Benín… Países a los cuales tendríamos que ir según nuestra programación. La psicosis generada por los números de personas infectadas por el virus, número de personas fallecidas, calles vacías, establecimientos cerrados, obligatoriedad de “permanecer” en casa, la expansión de la Pandemia por Europa, Asia, América; especulaciones de qué acontecería cuando el virus llegase al continente africano… Una psicosis que generaba un miedo desorbitado, al mismo tiempo que derrumbaba de un plumazo nuestras certezas, programaciones, control de nuestra agenda… ¡Todo era demasiado rápido para ser verdad!

Y como una pequeña luz, surge nuevamente la pregunta que llevaba un tiempo adormecida: Y si pasa, ¿qué pasa? Pues… no pasa nada. La vida no nos pertenece. La recibimos como un regalo, y somos invitadas a regalarla a las personas con las cuales nos relacionamos. La vida, esta vida, es perecedera.

¿Qué puede pasar? Que el virus entre en nuestras comunidades y diezme nuestra familia religiosa; que me puedo morir de una hora para otra…; que pueden fallecer personas fuertemente vinculadas a mí, a nosotras: familia, amigos y amigas… Y si pasa ¿qué pasa? ¿Acaso nuestra vida no está marcada por una experiencia de fe que da plenitud de sentido a todo lo que nos sucede? La realidad que comenzamos a vivir nos lleva a preguntas profundas que nos permiten ahondar en nuestra experiencia de fe, y… ¡qué casualidad…! ¡de camino a la Pascua!

Y en medio de esta experiencia, vivida en el contexto del continente africano, donde gracias a Dios, parece que la pandemia no se expresa tal y como se especulaba, el profeta Miqueas resuena de forma incisiva y clara (cf. 6,8); un mensaje recogido, con encanto y delicadeza, en forma de mantra por el grupo Ain Karen: “Escucha lo que el Señor te pide: es tan solo que practiques la justicia, es tan solo que ames con ternura, es tan solo que camines humildemente con tu Dios”. Sí, practicar la justicia también en estas circunstancias tan desconcertantes y limitadas; amar con ternura, dejar fluir la vida en su dolor y su belleza, recogiendo y abrazando la fragilidad que nos habita… y caminar, una y otra vez, humildemente con nuestro Dios.

Y así fue, que toda esta situación desconcertante se nos presentó como oportunidad para vivir con profundidad la radicalidad de nuestra fe en una comunidad formativa de 19 hermanas. Comunidad que vive la belleza y el desafío de la interculturalidad a través de seis nacionalidades africanas. Sí, con ellas vivimos la experiencia pascual desde la sencillez de una vida compartida. En una expectativa inquietante: ¿qué va a ocurrir? Y al mismo tiempo, fortaleciendo nuestra confianza en Dios, los lazos de familia con todas las hermanas de la Congregación, con toda la Orden y con la Iglesia. Lazos que se extendían a personas que nunca habíamos encontrado antes… Nos uníamos al dolor y a la alegría. La oración, los whatsApp, Facebook, etc. rompían fronteras y nos permitían establecer vínculos que reforzaban lo realmente importante, la presencia.

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